El sexto trabajo de Heracles consistió en extirpar a las innumerables aves de pico, alas y garras de bronce, devoradoras de hombres, consagradas a Ares, quienes, asustadas por los lobos del Barranco de los Lobos en el camino de Orcómene, habían huido al Pantano de Estínfalo. Allí procreaban y andaban por el agua junto al río del mismo nombre y de vez en cuando remontaban el vuelo en grandes bandadas para matar a hombres y animales descargando una lluvia de plumas de bronce y al mismo tiempo un excremento venenoso que arruinaba las mieses.
Cuando llegó al pantano, al que rodeaba un espeso bosque, Heracles se vio en la imposibilidad de ahuyentar a las aves con flechas, pues eran demasiado numerosas. Además, el pantano no parecía lo bastante sólido para que un hombre pudiera caminar por él, ni lo bastante líquido para utilizar una embarcación. Mientras Heracles permanecía en la orilla sin saber qué hacer Atenea le dio un par de címbalos de bronce hechos por Hefesto. Desde una estribación del monte Cilene, que domina el pantano, Heracles tocó

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